sábado, 10 de agosto de 2019

LA LAVANDERA DE SAN ROQUE



Un día en la vida de la lavandera


Se levantaba antes del amanecer, había dormido poco y mal porque los niños no habían tenido una buena noche. Ella y su marido formaban un matrimonio que tenían los hijos que Dios les daba, lo que es tanto como decir que durante años siempre había algún niño colgado de sus faldas.



Cocina de leña, productos del campo, despensa casi vacía y muchas bocas que alimentar. Por ahí empezaban las tareas diarias de la casa. Aun así, solía llenar los platos, empezando por el marido, pero muchos días comía los sobrantes de los demás.



De rodillas sobre una piedra, a la orilla del río, lavando la ropa de la familia en el agua fría, y restregándola con o sin jabón: esta es la imagen de la lavandera. Había que llevar esa ropa al río – la colada – en una batea, y devolverla limpia a casa. Para hacer posible el trabajo, enrollaba un paño formando un rueñu sobre su cabeza, y en él colocaba la batea.



En las tareas del campo tenía que “ayudar”, trabajando en la huerta y acompañando a su marido a segar y a curar la hierba. Si además él va a hacer la temporada a la tejera, ella se multiplica y lo abarca todo.


Después de la cena todos a descansar, excepto ella. A los críos hay que acostarlos, los arropa, tienen que rezar las oraciones: "cuatro esquinitas tiene mi cama" . . . . . Un sueño siempre pendiente de los hijos, alguno de ellos pequeño, con frecuentes enfermedades. Y si el abuelo tiene dificultades, ahí está ella para cuidar y atender a toda la familia.



Si alguien merece un recuerdo y un homenaje permanente, es esa mujer capaz de dar vida a un hogar, trabajando además en el campo en tiempos mucho más difíciles que los actuales, con una economía de supervivencia.

.- Los textos son copia del panel situado en la ruta del valle invisible.
 

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