Un día en la vida de la lavandera
Se levantaba antes del amanecer, había dormido poco y mal
porque los niños no habían tenido una buena noche. Ella y su marido formaban un
matrimonio que tenían los hijos que Dios les daba, lo que es tanto como decir
que durante años siempre había algún niño colgado de sus faldas.
Cocina de leña, productos del campo, despensa casi vacía y
muchas bocas que alimentar. Por ahí empezaban las tareas diarias de la casa.
Aun así, solía llenar los platos, empezando por el marido, pero muchos días
comía los sobrantes de los demás.
De rodillas sobre una piedra, a la orilla del río, lavando
la ropa de la familia en el agua fría, y restregándola con o sin jabón: esta es
la imagen de la lavandera. Había que llevar esa ropa al río – la colada – en
una batea, y devolverla limpia a casa. Para hacer posible el trabajo, enrollaba
un paño formando un rueñu sobre su cabeza, y en él colocaba la batea.
En las tareas del campo tenía que “ayudar”, trabajando en la
huerta y acompañando a su marido a segar y a curar la hierba. Si además él va a
hacer la temporada a la tejera, ella se multiplica y lo abarca todo.
Después de la cena todos a descansar, excepto ella. A los
críos hay que acostarlos, los arropa, tienen que rezar las oraciones: "cuatro
esquinitas tiene mi cama" . . . . . Un sueño siempre pendiente de los hijos,
alguno de ellos pequeño, con frecuentes enfermedades. Y si el abuelo tiene
dificultades, ahí está ella para cuidar y atender a toda la familia.
Si alguien merece un recuerdo y un homenaje permanente, es
esa mujer capaz de dar vida a un hogar, trabajando además en el campo en
tiempos mucho más difíciles que los actuales, con una economía de
supervivencia.
.- Los textos son copia del panel situado en la ruta del valle invisible.
.- Los textos son copia del panel situado en la ruta del valle invisible.
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