domingo, 12 de abril de 2020

EL DOLOR



Esta historia de hoy es un poco triste, pero me quedó tan adentro, que tengo la necesidad de contarla a los cuatro vientos.


Había llegado a Muxía procedente de Dumbría y, cuando salí del albergue para dirigirme al Santuario de la Barca, al subir una pequeña cuesta empedrada, que lleva a la iglesia y al cementerio pegado a ella, di alcance a un matrimonio mayor que caminaban muy despacio, como teniendo miedo de llegar a su destino. Ella pequeña y él bastante alto y encorvado, y los dos mirando al suelo.
Nos saludamos y el señor comienza una conversación que me encogió el corazón.
 
Nosotros vamos al cementerio a ver a un hijo que está allí. Los hijos no deberían morir nunca antes que los padres. Tenía cuarenta y ocho años y era un mozo como un castillo. Le entró eso en la cabeza y aunque se operó particular nada se pudo hacer. Duró seis meses. Trabajaba en mantenimiento en televisión en Madrid. Cuando le trajeron a enterrar tardó ocho horas en llegar. Yo tengo ochenta y cuatro años y de verdad que me cambiaba por él.
Me enseña una fotografía de su hijo y yo no atino a decir nada. 
Nos damos la mano y yo sigo mientras ellos se quedan con su dolor y su hijo.

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