No me quedan rutas por meter y, por ello, a partir de ahora y mientras dure "esto", voy a contaros algunas de las anécdotas que, como a todos los que andamos por ahí tenemos y que ahora estoy recordando. Si consigo que alguien las lea y tenga una sonrisa, objetivo conseguido.
La relación entre las gaviotas y yo no es demasiado buena y
creo que no es por mi culpa, ya que no les hice absolutamente nada y, en
cambio, ellas si a mí.
Esta historia comienza hace bastantes años en la isla de
Arnielles, en la localidad de Celorio, del concejo de Llanes.
Ya había estado bastantes veces en esa isla, a la que se
puede acceder desde la playa de Borizo, con la marea baja, con tal de que esta sea
un poco grande.
La había visitado cuando las gaviotas ponían sus huevos para
criar, o simplemente por el placer de ir a ella. Pero en aquella ocasión, fui
cuando los pollos ya habían nacido.
El recibimiento fue de lo más bélico que se
pueda imaginar, con ataques de tipo kamikace que hacían que tuviese que
lanzarme al suelo en repetidas ocasiones y marcharme lo más rápidamente
posible. Si no fuera que temí por mi integridad, ahora que lo recuerdo, me
parece hilarante o cómica en extremo, la forma en que emprendí la retirada con
constantes “cuerpo a tierra”.
Hace poco tiempo, cuando María Teresa y yo bajábamos después
de subir al Peñón de Ifach, cuando una gaviota hizo una pasada a toda
velocidad, a medio metro por encima de mi cabeza; la segunda pasada ya fue a
una cuarta, y la tercera, ya había tomado la medida, me rozó la cabeza,
causándome una rozadura con sangre, a pesar de que tenía puesta una gorra.
A María Teresa, afortunadamente, ni la miró.
¿Tengo motivos para estar enfadado con las gaviotas?
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